Muchos son los hombres y mujeres que a lo largo de la
historia han subido a los altares como Santos y Beatos, los que conocemos y a
los que nos encomendamos en nuestras necesidades, y otros, seguramente en mayor
número, los que en la Comunión de todos los hijos de Dios viven intercediendo
por cada uno de nosotros sin el reconocimiento oficial de la Iglesia, ellos pasaron
el tránsito de su vida en olor de santidad por el pueblo fiel y devoto.
Es el caso del venerable siervo de Dios Fray Francisco de
Lorca, hermano lego que lo fue del Convento de Santa Catalina de nuestra ciudad
de Cádiz en la Gloriosa y seráfica Orden de los Capuchinos.
Nació en 1666, dicen que nuestro Francisco fue desde
pequeño en su ciudad natal de Lorca, un infante piadoso y sereno que se
retiraba a los montes lejos del gentío, llevando siempre una imagen de Jesús
Crucificado y unas disciplinas que usaba en favor de los pecadores, además de
ahuyentar a las fieras y demonios con agua bendita.
Con dieciséis años e inspirado por los frailes Capuchinos
que desde Murcia se desplazaban a Lorca en diferentes Misiones, se encaminó sin
dar cuentas a sus padres, nuestro venerable llevando oculta entre su ropa su
imagen de Jesús Crucificado que parece dirigió sus pasos hasta la ciudad de
Murcia y concretamente hasta el Convento de Capuchinos, donde de rodillas más
con lágrimas que con palabras, le pidió al Padre Guardián el hábito de “donado”
(el menor rango que existe entre los conventuales) Extrañado el Padre le
preguntó que de donde era y a quién conocía en la ciudad y el niño sacando de
su pecho el Crucificado le respondió: "No tengo más Director, más
conocimiento, ni amparo, ni mas Fiador que este Señor". A lo que el
Guardián emocionado respondió entregándole el solicitado hábito.
Enterado su padre de este ingreso pasó a Murcia a verle y
pasó allí viviendo algunos meses, hasta que el Guardián por petición expresa de
Francisco, lo destinó (por alejarle de la cercanía paterna) al convento de
Sevilla. Allí consiguió por méritos humildes vestir el Santo Hábito y pasar al
número de los novicios legos.
Pequeño árbol arrancado voluntariamente del seno paterno y
trasplantado (como dice Fray Miguel de Llerena), en la Religión Capuchina,
destacando sobremanera en la virtud de la humildad, pues siendo ya famosa y
clamada su notoria santidad, no había cosa que más sufriese como un auténtico
calvario, que el aplauso general y la admiración por parte de los fieles.
Era común que en las casas a las que asistía, las familias
en alarde de fervor y devoción cortaban pedacitos de su manto para venerarlos
como reliquias, generalmente nunca más volvía a esas casas. Además contaba su
confesor que fue su continuo martirio el ver como por calles y plazas todos lo
honraban y vociferaban sin distinción de clases como a un auténtico santo en
vida. Por tanto sólo la obediencia de sus prelados le hacía salir a la portería
para consolar a los afligidos que lo reclamaban y visitar a los pobres,
enfermos y desvalidos.
En una de sus enfermedades a más de ocho meses no salía a
la calle Fray Francisco, y al ver su hermano Fray Miguel como clamaban los
devotos que no le veían visitar sus casas, preguntó al venerable que por qué no
salía a pedir limosna de huevos para los religiosos enfermos, (Se inventó que
estos se quejaban de esta falta). Él de seguida respondió: "no salgo
porque la obediencia no me lo manda", al punto Fray Miguel se lo
mandó, y postrándose en tierra se echó a las calles, después de que su hermano
le reprendiera diciendo que no fuera tan áspero con los fieles, “pues las
reverencias no eran a su persona sino al Santo Hábito que vestía”, Francisco
respondió: "Claro está que estas honras son al hábito, pues yo no soy
mas que un mal hijo de San Francisco". Sólo deseaba el desprecio e
indiferencia de todos, pero su penitencia era recibir siempre halagos y
parabienes.
En una ocasión el Señor Conde de la Marquina lo persuadió a
través de otro religioso amigo, para que lo atendiera en sus consuelos
espirituales, y estando Fray Francisco en la cocina con harapos de trabajo, no
puso ornamento alguno para recibir a tal señor, que con la uniformidad de las
más bajas tareas que la obediencia le mandaba, dicen que este Conde quedó con
gran consuelo de su alma al ver humildad tanta en palabra y vestido.
También el Exmo. Sr.
D. Antonio Álvarez de Bohórquez Gobernador de la Plaza, movido por el amor que
tanto él como su familia le tenían a este siervo de Dios, pidió dispensa al
Nuncio para que Fray Francisco asistiera y sacara de Pila en su Bautismo a uno
de sus hijos. Fue para Lorca uno de los peores trances de su vida, pues
concurriendo a la Santa Catedral lo mejor y selecto de la ciudad, cuentan que
de no haberlo retirado a la sacristía, hubiera sido un escándalo mayor, pues
llevado después a su Convento, llevaba el manto y hábito tan recortado y ajado,
como confuso y triste el venerable varón, quién no volvió en sí hasta unos días
después del suceso.
Si el Gobernador lo visitaba en el refectorio donde la
obediencia lo ponía, él no dejaba sus tareas por bajas que fueran, o barrer, o
picar la ensalada para los frailes, siempre en silencio humilde y sólo
respondiendo cuando el señor Gobernador preguntaba.
Cuenta un Canónigo, que pasando un día por la plazuela de
las tablas, vio que al venerable lo retenía un tumulto con indiscreto celo
devocional, y mientras unos lo detenían con violencia por delante, otros
cortaban su manto por detrás, entre tanto Francisco miraba al cielo y lloraba
amargamente en su vergüenza y rubor.
Dios extendió su fama no sólo en Cádiz ni España, sino
también fuera de los dominios de la nación.
El aspecto penitente del venerable Francisco era austero y
rígido, cuerpo mortificado y piadoso, su comer no era más que el necesario
para mantener la vida, nadie lo veía
nunca fuera de refectorio, sólo a las precisas horas del medio día y a la hora
de la cena, ininterrumpidamente desde el año de su noviciado, fuera del
convento jamás acepto invitación o convite.
A colación de esta
penitencia, tuvo una señora principal el gusto de invitar a Francisco a comer
en su casa, insistiendo a Fray Miguel de Llerena a que lo persuadiera, y éste,
por dar gusto a la señora lo convenció diciendo que los alimentos del convento
dañaban a menudo su estómago y que en casa de esta devota le proporcionarían
alimentos menos dañinos por el amor que se le tenía, así accedió y muy temprano
salió de su celda llevando con alegría el mal trago de salir del Convento diciendo:
"Padre, la Santa Obediencia hace milagros, porque en cuarenta y cinco
años que ha que vivo en Cádiz, jamás he comido ni cenado fuera del
refectorio". Esto hizo a Fray Miguel excusarlo y no darle tal disgusto
por verlo tan humilde y sumiso a su obediencia.
Se dice que su sueño era tan breve, que a cualquier hora
que lo buscasen en su celda lo hallaban bien despierto o retirado por los
rincones de la Iglesia, más afirman que no podrá contar ningún gaditano que
Fray Francisco de Lorca le miró a los ojos, pues su mirada era siempre baja o
sus ojos cerrados por la ferviente humildad y mortificación, tan sólo conocía a
sus frailes por las familiares voces.
No hablaba más de lo preciso, su hábito y manto siempre
remendados, su cama tres tablas y una vieja manta que de vieja daba más aspecto
de red que de abrigo, esto lo usaba de colchón en invierno y se tapaba con dos
medios mantos hilvanados con una guita, si el frío apretaba, dormía en tabla
desnuda y lo usaba todo por cubierta. Sobre su cama una gruesa y tosca cruz
descansaba que aunque parecía clavada, se descolgaba sin quitar los clavos y
con ella a cuestas, algunos religiosos afirmaron ver muchas noches a Fray
Francisco recorriendo la Vía Sacra.
Uno de los motivos por el que Cádiz debe tener a este Santo
varón como bendito protector, es lo que con la mano puesta sobre los cuatro
Evangelios juró haber visto un religioso de su Convento, que extrañado por la
luz que salía de la ventana del refectorio que da a la huerta, corrió a ver que
era por lo tarde de la hora, y encontró al venerable Francisco de rodillas ante
un cuadro de San Francisco y usando las disciplinas en su cuerpo desnudo que
más parecía un esqueleto sangrante, su cabeza postrada en el suelo, más
diciendo en alto: "Señor Señor, tened piedad y misericordia de los
pobres navegantes que andan entre los riesgos de la mar y de los vecinos de
esta ciudad de Cádiz y de mí que soy el más indigno pecador del mundo". Véase
que pedía por los navegantes pues a poco de ese tiempo había partido la flota y
por todo el pueblo de Cádiz.
Al punto cuenta el religioso que lo veía escondido desde la
puerta del reposte, que entró un religioso de aspecto venerable y rostro no
conocido y le dijo: Levanta Hijo, y Fray Francisco levantó el cuerpo
quedando de rodillas e iluminado con extrañas luces se elevó en el aire hasta rozar con su cabeza la bóveda
del techo quedando allí por algunos minutos, hasta que sin correr aire alguno,
todas las luces se apagaron y quedó el refectorio en tinieblas... ¿Fue el
mismísimo Serafín San Francisco el mismo que había de presentarse a su otro
hijo Francisco de Lorca? Así lo contó fervientemente el religioso que lo
presenció y lo firma.
Signo de su rígida penitencia por tal de no ofender a Dios
en ninguno de sus hermanos, fue una ocasión estando en la cocina friendo
pescado para la comunidad, que más parecía que estaba en alta contemplación que
en labores de cocina, cuando un corista llamó a voces al venerable: Fray
Francisco, Fray Francisco, mire vuestra caridad!! y Francisco respondió con
religiosa apacibilidad: ¡¡No puedo mirar a dos partes hermano mío!... Siendo
tal el escrúpulo que al instante de haber pronunciado esto que creyó ofensa
contra su hermano, que en desagravio tomó la cuchara con aceite hirviendo y
abrasó su lengua y sus labios en penitencia.
En otra ocasión sintió dolores fuertes de espaldas, tanto
que a pesar de su riguroso aguante de la mortificación, tuvo que dar cuenta a
su prelado para que avisasen al médico de la comunidad, el cual al verlo
desprovisto de su hábito, comprobó el principio de gangrena de su espalda y
contra su voluntad aunque obediente, hubo que sacarlo a prisa de la cocina
porque los trabajos y el calor de los fogones no acabasen con su vida.
La Paciencia fue gran virtud en nuestro Francisco,
soportando con alegría y humildad todos los contratiempos e injusticias...
Tanto se indignó un día un sujeto, que lanzó mil injurias contra nuestro
fraile, hablándole con gran aspereza y lanzando improperios, que Francisco
apacible y risueño escuchaba mientras hacía sus labores en el Refectorio, así
mismo otro fraile lo tildó a voces de farsante, vanidoso y embustero, más al no
ofenderse y preguntarle otro hermano que por qué lo recibía de tan buen grado y
calma, respondió: "Este religioso es muy chanzero y con la viveza que
tiene dice esas chanzas, y a mí me hacen gracia y tengo gran gusto en oírselas,
pues no le pasan de los labios hacia dentro".
Un año antes de morir se le originó una grave enfermedad
que fue el principio de la que al fin acabó con su vida, en toda ella jamás se
oyó queja o suspiro, aunque frecuentemente padecía quiebras de su salud por sus
penitencias o poco alimento y continuadas vigilias, ya que rigurosamente
cumplía todas las cuaresmas impuestas en la regla, incluso las que eran de
consejo y no de obligación. Jamás se le oyó consolarse ni quejarse, si alguno
le preguntaba por su salud siempre decía: "Bien, bueno estoy" Y
en realidad así se sentía, pues sus padecimientos siempre los tenía por suaves
y dulces, cuanto más rigurosos y duros eran.
Divulgada su gravedad por toda la ciudad, vinieron varios
médicos amigos suyos y estos junto con el que asistía a la Comunidad, coincidían
en que sin remedio humano Fray Francisco se moría... Así andaban los religiosos
vigilantes y pendientes de Francisco que un día, por tal de que no andasen tan
fatigados en asistirle les dijo a sus enfermeros sonriendo: "Hermanos
que todavía no me muero, aun he de enterrar yo a más de cuatro" lo
cual después resultó profecía.
En penetrar interiores fue extremado, aseguró un sujeto
digno de toda fe, que un día en la calle, mudando de acera el venerable y
posando sus manos en el hombro del caballero le dijo: "¿Hasta cuando,
hasta cuando, señor, se han de quebrantar las leyes de Dios?" Este
hombre vio descubierta su conciencia y confesó arrepentido sus pecados en
copiosa lluvia de lágrimas, a los días lo volvió a parar y le dijo: "Ahora
limpia su conciencia, quieta en perseverar, perseverar, perseverar" Asegurando
el sujeto que nunca en su vida habló con Lorca.
Como un ángel en la tierra fue serafín de Castidad Fray
Francisco de Lorca, pues su confesor es testigo de que nunca halló en él objeto
contra la Castidad ni aun el más ligero pensamiento, pues parecía no vivir en
la mortal carne, siempre le decía: "Jamás he sentido contra la pureza
el menor estímulo".
Su pobreza extremada llegó hasta el fin de sus días, que al
administrarle Fray Miguel los Sacramentos, le preguntó como es costumbre si
quería hacer "despropria" (testamento) de lo que tuviese a su uso
concedido, y él respondió en presencia de toda la Comunidad: "Padre no
tengo nada que hacer despropria, sólo tengo una estampa de papel en la celda"
Sus alhajas fueron para con Cádiz su ardentísimo amor para con los más
necesitados, eso ninguno en la ciudad lo ignoró, pues siempre en su pronta
obediencia, asistía a los enfermos y pobres en la calle y en sus casas, por lo
que el inflamado amor de Dios le hacía elevarse en muchos momentos de su vida.
como en aquella ocasión que un corista recién ordenado en Cádiz, quiso comer
antes que la comunidad por embarcar pronto rumbo a su Convento, y entrando en
el refectorio llamando a voces al bueno de Fray Francisco lo encontró en el
reposte, en éxtasis y elevado del suelo , tan iluminado y abstraido de los
mortales que no hizo caso de sus voces, así lo contó y juró al Guardián.
Siempre vivía en presencia de Dios, admirable, pues a veces
parecía que ni viviese en este mundo, más pendiente de las voces de Dios que de
los hombres, así como en vaticinar el futuro pasmosamente, que cuenta fueron de
gran provecho sus pronósticos a los gaditanos.
Hallándose Fray Miguel de Ubrique muy enfermo y habiéndole
varios médicos catalogado su enfermedad de letal, por perder la Orden un gran
religioso, bajó Fray Miguel de Llerena a muy altas horas para intentar saber el
pronóstico de Fray Francisco sin que se notase, y entrando en el reposte le
entretuvo diciendo: Fray Francisco, ¿hay vino para que la Comunidad gaste
mañana? y éste respondió: "Yo pediré a Dios que le dé una Buena
Muerte"... Intentó Fray Miguel asombrado seguir su empeño, y le dijo
que la pregunta era sobre el vino, Fray Francisco volvió a dar la misma
respuesta... Viéndose descubierto el pensamiento, Fray Miguel le repuso: ¿Es
posible Fray Francisco que V. Caridad tenga Fe? Si la tuviera en la Obediencia
Santa, esté cierto que pudiera mudar de una parte a otra los montes, Fray
Francisco volvía a contestar la misma frase, y Miguel le respondía: Si V.
Caridad tiene fe, suba a la enfermería y diga al enfermo que se levante, mira
que pierde la Provincia un gran religioso, ejemplar predicador... Fray
Francisco seguía respondiendo lo mismo: "Yo pediré a Dios que le dé una
Buena Muerte". Por lo que Fray Miguel entendió que era inminente la
muerte del enfermo, lo avisó a sus familiares y al día siguiente ya estaba en
las manos del Padre, como había predicho.
Fue un viernes, cuenta el padre Llerena, lo mandó bajar
desde su celda hasta la enfermería, y tomándole el pulso le dijo que no estaba
bueno, lo entró de la mano en una celda y le dijo que sus órganos estaban muy
descompuestos, que estaba muy malo. Fray Francisco sonriente respondió: "No,
Padre, pronto saldré yo de aquí, muy breve iré yo arriba" (Vaticinio
de la partida de la tierra a la Jerusalén Celeste, aunque se estuviera
refiriendo terrenalmente a su celda que estaba sobre la enfermería.)
Al llegar el médico y tomar su pulso reclamó a prisa los
Sacramentos, diciendo: Se muere Lorca sin remedio... Fray Miguel ya lo
sabía por lo que había dicho Francisco... "Pronto saldré yo de
aquí..." Y salió, pues solo catorce horas más duró y de seguro fue muy
muy arriba...
Fue el 10 de marzo de 1736, cuando corrió la noticia de
haber expirado el Venerable Fray Francisco, fue venir la ciudad toda, nobles ,
grandes, y plebeyos, Prelados, súbditos y militares, ansiosos todos por venerar
su cadáver, siendo tal la confusión que
yendo al Convento el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor D. Fray Tomás del Valle,
costó a los religiosos bastantes dificultades
que pudiese el obispo llegar a verlo y venerarlo, y aunque hubo que
enterrarlo de noche por evitar atropellos, todos ansiaban verlo tocándole con
los rosarios y muchos pañuelos sus pies que destilaron hilos de sangre por dos
fisuras hasta el día siguiente al llevarlo a enterrar.
A las catorce horas de expirado le hicieron sangrías
corriendo la sangre como si estuviera vivo, tanto que se recogió en dos vasitos
pequeños gran parte de ella y en innumerables pañuelos que fueron ansiados por
el concurso de fieles que reclamaba alguna reliquia del venerable, deseosos de
llevarse alguna parte de su hábito, hasta tres fueron necesarios hasta enterrarlo.
Hasta de Génova y Roma escribieron consternados por la
muerte de Fray Francisco ya que en todas partes se obraron prodigios no sólo en
vida sino también con sus reliquias, tanto, que el Ilustrísimo Prelado dio su
decreto y comisión al Sr. Provisor para que con su audiencia plena hiciese
jurídica Inquisición de los actos prodigiosos que obra Dios por los méritos de
su hijo el venerable Fray Francisco. Desde entonces y aquellos Capuchinos y su
pobre orden creen con toda certeza que Lorca goza ya de la Corona que Dios
ofrece a los escogidos que perseveran hasta la muerte.
Protector de Cádiz a la que quiso con todo su corazón,
contínuo mediador entre las iras de Dios
con este pueblo, epidemias y temporales, tormentas en sus navegantes,
enfermedades y aflicciones de los gaditanos que lo quisieron en vida y tras su
muerte.
Piadoso fraile y hermano lego que estuvo presente en la
realidad de la fundación de los primeros Rosarios Públicos que levantó Fray
Pablo de Cádiz, especialmente el de la Palma y que conoció ya en los años
postreros de su vida a la imagen de la Divina Pastora que se veneró en su
Convento desde el año 1734 hasta que partió a su nueva Capilla el 22 de
diciembre de 1736.
Cádiz perdió en gran parte el Convento de Capuchinos, pero en él por suerte quedó uno de sus más preciados tesoros, Gloria religiosa de nuestra ciudad, digno de honra y pleitesía, aun se puede venerar en lo que fue la antigua Capilla de la Orden Tercera, hoy Parroquia de Santa Catalina. Aquí está su cuerpo en una humilde caja de madera, el de aquél que tanto hizo por los gaditanos y que seguro desde la Gloria sigue velando por todos desde refectorio del Cielo.
Venerable Fray Francisco de Lorca, Intercede por nosotros.
LUIS MANUEL REAL GUERRERO 2015
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