jueves, 10 de marzo de 2011

Novenario al Castísimo Patriarca Señor San José.




Día Octavo, 17 de Marzo.

Acordaros, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber hallado consuelo. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. (Se pide la gracia que se desea alcanzar en este novenario) No desechéis mis súplicas, padre virginal del Redentor, antes bien acogedlas propicio y despacharlas benignamente. Amen.

       
 

         El Amor paterno de José por Jesús y el primado de la vida interior.

         25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José «hizo»; sin embargo permiten descubrir en sus «acciones» —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio «escondido desde siglos», que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.

         26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta».Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión.

         27. La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la encarnación precisamente bajo al aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la santificación de los hombres: «En virtud de la divinidad, las acciones humanas de Cristo fueron salvíficas para nosotros, produciendo en nosotros la gracia tanto por razón del mérito, como por una cierta eficacia»... Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su estrecha intimidad.

         Puesto que el amor «paterno» de José no podía dejar de influir en el amor «filial» de Jesús y, viceversa, el amor «filial» de Jesús no podía dejar de influir en el amor «paterno» de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior. Además, la aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal, ... José ha experimentado tanto el amor a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad. (REDEMPTORIS CUSTOS JUAN PABLO II).

Oración: ¡Glorioso San José! Por el amor inmenso que ardía en vuestro corazón por Jesús, en mayor grado que el amor que los padres más tiernos sienten por sus hijos, según la naturaleza os suplico ejerzáis conmigo vuestro paternal cuidado y benevolencia, a fin de que, a ejemplo vuestro, desde ahora comience a disponer de tal modo mi alma que, creciendo cada día en virtud y perfección, llegue pronto a ser un volcán de amor a Jesús y a María. Amén.



         Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        Jesús, José y María, asistirme en mi última agonía.

        Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

        Padre nuestro, Ave María y Gloria.

        Rogad por nosotros san José. Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de
        nuestro Señor Jesucristo. Amén.      

        Oración Final:

        A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.







Día Séptimo, 16 de Marzo.

Acordaros, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber hallado consuelo. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. (Se pide la gracia que se desea alcanzar en este novenario) No desechéis mis súplicas, padre virginal del Redentor, antes bien acogedlas propicio y despacharlas benignamente. Amen.

       
         El trabajo expresión del amor

         22.
Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.

         23. En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre».

         La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos «que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey».

         24. Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».

Exhortación Apostólica REDEMPTORIS CUSTOS JUAN PABLO II el 15 de agosto del año 1989.

Oración: ¡Glorioso San José! Por aquella diligencia con que cumplisteis las obligaciones de vuestro oficio, como impuesto por Dios, os ruego me alcancéis gracia para que, ardiendo constantemente en mi corazón en amor a Jesús y María, cumpla con fidelidad los deberes de mi cargo, emplee toda mi vida en su santo servicio y me haga merecedor de la recompensa eterna del cielo. Amén.


         Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        Jesús, José y María, asistirme en mi última agonía.

        Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

        Padre nuestro, Ave María y Gloria.

        Rogad por nosotros san José. Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de
        nuestro Señor Jesucristo. Amén.      

        Oración Final:

        A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.







Día Sexto, 15 de Marzo.

Acordaros, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber hallado consuelo. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. (Se pide la gracia que se desea alcanzar en este novenario) No desechéis mis súplicas, padre virginal del Redentor, antes bien acogedlas propicio y despacharlas benignamente. Amen.

       
        San José el “esposo de María” modelo de amor:

        18. El varón «justo» de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de María como de «una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1, 27). Antes de que comience a cumplirse «el misterio escondido desde siglos» (Ef. 3, 9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa. ... Antes de vivir con María, José era, por tanto, su «esposo»; pero María conservaba en su intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con el «matrimonio». La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos... Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer». Por tanto, lo que había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar viviendo como «una virgen, esposa de un esposo» (cf. Lc 1, 27)...
        19. En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor. «José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24); lo que en ella había sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el amor humano? Este amor de Dios forma también —y de modo muy singular— el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario. ...José, obediente al Espíritu, encontró justamente en El la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel «varón justo» podía esperarse según la medida del propio corazón humano.
        20. En la liturgia se celebra a María como «unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de amor». Se trata, en efecto, de dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo...Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «don esponsal de sí». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios. (REDEMPTORIS CUSTOS JUAN PABLO II).

Oración:
¡Glorioso San José! Por aquel intenso amor que tuvisteis a la virginidad, que tan fiel e inviolablemente guardasteis, os ruego me alcancéis con gran afecto a la pureza, la guarda de los sentidos y la gracia de vencer las tentaciones de la carne, para que viviendo puro y casto aquí en la tierra merezca acompañar al cordero divino en la bienaventuranza eterna. Amén.

         Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        Jesús, José y María, asistirme en mi última agonía.

        Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

        Padre nuestro, Ave María y Gloria.

        Rogad por nosotros san José. Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de
        nuestro Señor Jesucristo. Amén.      

        Oración Final:

        A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.





Día Quinto, 14 de Marzo.

Acordaros, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber hallado consuelo. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. (Se pide la gracia que se desea alcanzar en este novenario) No desechéis mis súplicas, padre virginal del Redentor, antes bien acogedlas propicio y despacharlas benignamente. Amen.

       

San José el “justo” y la obediencia de la fe
        La fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. José ... hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6). Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él».

        La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret.

         5. El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio «escondido desde siglos en Dios» (cf. Ef. 3, 9), ...Con María —y también en relación con María— ... José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación.

         6. La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario. La encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble, donde el «plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí».

         17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación mientras que José en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1, 24). Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José». A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el «justo» (Mt 1, 19). Exhortación Apostólica REDEMPTORIS CUSTOS JUAN PABLO II el 15 de agosto del año 1989.

Oración:¡Glorioso San José! Por aquella viva fe que os hizo superior a todos los Patriarcas, os suplico me alcancéis una fe semejante a la vuestra, que me aliente en la práctica de todas las virtudes cristianas y que por este medio logre agradar Dios y llegue a gustar los frutos de la gloria con que se sacian los justos en el cielo. Amen.

         Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        Jesús, José y María, asistirme en mi última agonía.

        Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

        Padre nuestro, Ave María y Gloria.

        Rogad por nosotros san José. Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de
        nuestro Señor Jesucristo. Amén.      

        Oración Final:

        A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.



 La muerte de San José, Iglesia de san Pablo, Cádiz (Foto Jesús Savona)
Día Cuarto, 13 de Marzo.

Acordaros, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber hallado consuelo. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. (Se pide la gracia que se desea alcanzar en este novenario) No desechéis mis súplicas, padre virginal del Redentor, antes bien acogedlas propicio y despacharlas benignamente. Amen.

          San José custodio del Redentor

         1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24). Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo. Deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos». Con profunda alegría cumplo este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente. De este modo, todo el pueblo cristiano ...tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación. Precisamente José de Nazaret «participó» en el misterio de la Encarnación. como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre «nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1, 5).

         2. «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José,...

        3. Existe una profunda analogía entre la «anunciación» del texto de Mateo y la del texto de Lucas. El mensajero divino introduce a José en el misterio de la maternidad de María... El mensajero se dirige a José como al «esposo de María», aquel que, a su debido tiempo, tendrá que imponer ese nombre [Jesús-Yehošua', que significa, Dios salva] al Hijo que nacerá de la Virgen de Nazaret, desposada con él. El mensajero se dirige, por tanto, a José confiándole la tarea de un padre terreno respecto al Hijo de María. «Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24). El la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero.

Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo... Que san José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno.

Exhortación Apostólica REDEMPTORIS CUSTOS JUAN PABLO II el 15 de agosto del año 1989,

Oración: ¡Glorioso San José! Por el amor sincero y recto que teníais al prójimo, acompañado del deseo de su salvación, os suplico que amando a todas las criaturas en Dios, a imitación vuestra, la respete, sirva y favorezca siempre y en todas as ocasiones, y que, no buscando más que salvar almas y agradar al Señor durante mi vida pueda disfrutar de la gloria del Cielo. Amén
         Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        Jesús, José y María, asistirme en mi última agonía.

        Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

        Padre nuestro, Ave María y Gloria.

        Rogad por nosotros san José. Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de

        nuestro Señor Jesucristo. Amén.      

        Oración Final:


        A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.





Día Tercero, 12 de Marzo.

Acordaros, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber hallado consuelo. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. (Se pide la gracia que se desea alcanzar en este novenario) No desechéis mis súplicas, padre virginal del Redentor, antes bien acogedlas propicio y despacharlas benignamente. Amen.

         San José modelo de recogimiento interior:

         La liturgia nos invita a contemplar de manera especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con una intensidad única el tiempo de espera y de preparación para el nacimiento de Jesús. Hoy quiero dirigir la mirada a la figura de san José. En el evangelio de hoy, san Lucas presenta a la Virgen María como «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lucas 1, 27). Sin embargo, el que más importancia da al padre adoptivo de Jesús es el evangelista Mateo, subrayando que gracias a él el Niño quedaba legalmente introducido en la descendencia de David, cumpliendo así las Escrituras, en las que el Mesías era profetizado como «hijo de David». Pero el papel de José no puede reducirse a este aspecto legal. Es modelo del hombre «justo» (Mateo 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por esto, en los días que preceden a la Navidad, es particularmente oportuno establecer una especie de diálogo espiritual con san José para que nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.

         El querido Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos dejó una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica «Redemptoris Custos», «Custodio del Redentor». Entre los muchos aspectos que subraya, dedica una importancia particular al silencio de san José. Su silencio está impregnado de la contemplación del misterio de Dios, en actitud de disponibilidad total a la voluntad divina. Es decir, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino más bien la plenitud de fe que lleva en el corazón, y que guía cada uno de sus pensamientos y acciones. Un silencio por el que José, junto con María, custodia la Palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, cotejándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santa voluntad y de confianza sin reservas en su providencia. No es exagerado pensar que Jesús aprendiera --a nivel humano-- precisamente del «padre» José esa intensa interioridad, que es la condición de la auténtica justicia, la «justicia interior», que un día enseñará a sus discípulos (Cf. Mateo 5, 20).

¡Dejémonos contagiar por el silencio de san José! Nos hace tanta falta en un mundo con frecuencia demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para su fiesta, cultivemos el recogimiento interior para acoger y custodiar a Jesús en nuestra vida.

Benedicto XVI 

Oración:¡Glorioso San José! Por lo mucho que os agradan las almas que a imitación nuestra, estiman la oración, os suplico me alcancéis el don de perseverar en ella a pesar de las sequedades y distracciones, y que pueda vencer los obstáculos que me impiden su práctica, para que, aprendiendo a conversar con Dios en la vida presente, me disponga a glorificarle en el Cielo. Amén

 
         Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        Jesús, José y María, asistirme en mi última agonía.

        Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

        Padre nuestro, Ave María y Gloria.

        Rogad por nosotros san José. Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de

        nuestro Señor Jesucristo. Amén.      

        Oración Final:


        A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.








Día Segundo, 11 de Marzo.

Acordaros, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber hallado consuelo. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. (Se pide la gracia que se desea alcanzar en este novenario) No desechéis mis súplicas, padre virginal del Redentor, antes bien acogedlas propicio y despacharlas benignamente. Amen.



        San José intercesor poderoso:   
        6. tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad. 
        7... El Señor me perdone. Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. 
 Cuadro que simboliza el patronazgo de San José sobre la Orden carmelita Descalza.
        8. Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino. Plega al Señor no haya yo errado en atreverme a hablar en él; porque aunque publico serle devota, en los servicios y en imitarle siempre he faltado. Pues él hizo como quien es en hacer de manera que pudiese levantarme y andar y no estar tullida. 
(Santa Teresa de Jesús: Libro de la Vida c. 6, 6-8.)

         San Bernardo: "Ya que todo lo que pertenece a la esposa pertenece también al esposo, podemos pensar que José puede distribuir como le parezca los ricos tesoros de gracia que Dios confió a María, su casta Esposa".

         Oración: Glorioso Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi auxilio en estos momentos de angustia y dificultad. Tomad bajo vuestra protección las situaciones tan serias y difíciles que os encomiendo, a fin de que tengan una feliz solución. Mi bienamado Padre, toda mi confianza está puesta en Vos. Que no se diga que Os he invocado en vano y puesto que Vos podéis todo ante Jesús y María, mostradme que vuestra bondad es tan grande como vuestro poder. Amén.  
(Oración a San José de Santa Teresa)

 
         Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        Jesús, José y María, asistirme en mi última agonía.

        Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

        Padre nuestro, Ave María y Gloria.

        Rogad por nosotros san José. Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de

        nuestro Señor Jesucristo. Amén.      

        Oración Final:


        A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

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Día Primero, 10 de Marzo.

Acordaros, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber hallado consuelo. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. (Se pide la gracia que se desea alcanzar en este novenario) No desechéis mis súplicas, padre virginal del Redentor, antes bien acogedlas propicio y despacharlas benignamente. Amen.



        San José el Santo más grande con María:

        1. Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos... Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad... Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.

        2. Este es el motivo por el que Nos hemos considerado necesario dirigirnos al pueblo cristiano y exhortarlo a implorar, con mayor celo y constancia, el auxilio de Dios Todopoderoso. Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en ella... Pero... para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio de Su Iglesia, juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen-Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma.

        3. Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propio padres.
León XIII Carta Encíclica Quamquam pluries (15 de agosto de 1889).

        Oración: ¡Glorioso San José! Por aquella profundísima humildad que acompaño todos los actos de vuestra vida, os suplico me alcancéis la gracia de que el conocimiento de mi flaqueza y el recuerdo de mis pecados sirvan de contrapeso a mi soberbia y desordenado amor propio, a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos, participe del premio de la gloria. Amén.

 
         Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        Jesús, José y María, asistirme en mi última agonía.

        Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

        Padre nuestro, Ave María y Gloria.

        Rogad por nosotros san José. Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de

        nuestro Señor Jesucristo. Amén.      

        Oración Final:


        A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

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