lunes, 5 de noviembre de 2012

5 de noviembre, Santa Ángela de la Cruz



Ángela Guerrero González, Sor Ángela de la Cruz, Madre de los pobres, nació el 30 de enero de 1846 en Sevilla en el seno de una familia sencilla. Sus padres, Francisco Guerrero y Josefa González, tuvieron catorce hijos, pero sólo seis llegaron a mayores de edad a causa de la terrible mortalidad infantil, aún persistente durante todo el s. XIX. Sus padres eran—hasta la exclaustración de los religiosos en 1836—los cocineros del Convento de los Padres Teatinos de Sevilla. Su padre murió pronto. Sin embargo la madre llegara a ver la obra de su hija, y las Hermanitas de la Cruz la llamaran con el dulce nombre de “la abuelita” y quedaran admiradas de las muchas virtudes que florecían en el jardín de su alma. Ella supo transplantarlas al jardín del alma de su hija Ángela. Se dice que un día, siendo aun muy pequeña, desapareció y todos la buscaron. Todos menos su madre que enseguida adivinó donde estaba: en la iglesia. Allí la encontraron rezando y recorriendo los altares. Ya mayor dirá: “Yo, todo el tiempo que podía, lo pasaba en la iglesia, echándome bendiciones de altar como hacen las chiquillas”.

Por carecer de recursos, apenas puede aprender a leer y escribir. Ángela, que crecía en un piadoso ambiente familiar, pronto daría cumplidas pruebas de bondad natural. Ya de joven, nadie osaba hablar mal o pronunciar blasfemias en su presencia. Si hablaban algo menos puro, al verla llegar, decían, cambiando de conversación: “Callad, que viene Angelita”.

Ángela necesita trabajar desde los doce años para ayudar a su familia, cuando apenas ha tenido ocasión de asistir a la escuela: en el taller de calzado de doña Antonia Maldonado, en la calle del Huevo, trabajó durante algún tiempo como zapatera. Dña. Antonia estaba encantada de ella y exhortaba a las demás a que la imitaran. Hacia rezar el rosario y rendían mas que antes.

El Padre Torres Padilla era muy amigo de la familia donde trabajaba como zapatera. Le habían hablado de la maravilla de aquella joven.

De 1862 a 1865, Ángela, que asombra por sus virtudes a cuantos la conocen, reparte su jornada entre su casa, el taller, las iglesias donde reza y los hogares pobres que visita. En 1865 se cierne una oleada de cólera sobre Sevilla que azota a las familias pobres hacinadas en los “corrales de vecindad”. Ángela se multiplica para poder ayudar a estos hombres, mujeres y niños castigados tan duramente por la miseria. Y en ese mismo año pone en conocimiento de su confesor, el padre Torres, su voluntad de “meterse a monja”. Cuenta ahora con diecinueve años.

Quiso entrar en las Carmelitas Descalzas del barrio de Santa Cruz de Sevilla, aunque no la admitieron por temor a que no pudiera soportar los duros menesteres del convento en su cuerpo menudo y débil.

Después ingresó en las Hermanas de la Caridad. Llegó a vestir el habito, pero hubo de salir del convento al enfermar. Viendo que no podía ser monja en el convento, se dijo a si misma: “Seré monja en el mundo” e hizo los Votos religiosos. Un billete de 1º de noviembre de 1871 nos revela que “María de los Ángeles Guerrero, a los pies de Cristo Crucificado” promete vivir conforme a los consejos evangélicos: ya que le ha fallado ser monja en el convento, será monja fuera. Dos años más tarde, Ángela pone en manos del doctor Torres Padilla unas reflexiones personales en las que se propone, no vivir siguiendo a Jesús con la cruz de su vida, sino vivir permanentemente clavada en ella junto a Jesús. De ahora en adelante se llamará Ángela de la Cruz.

Ángela comienza a afirmarse en una idea que le ha venido con fuerza: “hay que hacerse pobre con los pobres”.

En invierno de 1873 Ángela formula votos perpetuos fuera del claustro, y por el voto de obediencia queda unida al padre Torres. Pero su mente y su corazón inquietos comienzan a “reinar” en una idea que continuamente le asalta: formar la “Compañía de la Cruz”. Obstinada en su empeño el 17 de enero de 1875 comienza a trazar su proyecto, que, como toda obra noble, se verá colmado por el éxito, más ante los ojos de Dios que ante los ojos de los hombres.

Objetos

Ángela ha encontrado tres compañeras: Josefa de la Peña, una terciaria franciscano “pudiente”, que ha decidido dar el paso que su contacto con los pobres le está pidiendo; Juana María Castro y Juana Magadán, dos jóvenes pobres, sencillas y buenas. Con el dinero de Josefa Peña alquilan su “convento”: un cuartito con derecho a cocina en la casa número 13 de la calle San Luis, y desde allí organizan su servicio de asistencia a los necesitados a lo largo del día y de la noche. Poco después se trasladan al número 8 de la calle Hombre de Piedra, y comienzan a adquirir notable consistencia en el clima religioso de Sevilla. Estrenan hábito y sus compañeras comienzan a llamarle “Madre”, cuando aún no se ha borrado de su rostro la primavera de la niñez. Entre duras penitencias y mortificaciones, fieles a la causa de los pobres, consiguen obtener en 1876 la admisión y bendición del Cardenal Spinola.

Todo el resto de su vida estaría marcado por el signo doliente de la Cruz, pero también por la felicidad de quien se siente “luz en el mundo mostrando una razón para vivir”. La Compañía va a crecer, y con ella el agradecimiento del pueblo sevillano y de todos los rincones de Andalucía a donde llega el espíritu de Sor Ángela. Como afirma José María Javierre en su preciosa obra Madre de los pobres: ‘Que yo sepa, es el único caso en el mundo. Existe una ciudad donde pronunciáis el nombre de una persona y todos los habitantes, todos, sonríen: -Era buena, era una santa.”

La siguen bastantes jóvenes y mayores que quieren imitar a Sor Ángela y seguir su mismo genero de vida. Todos caben en sus casas. La austeridad será nota distintiva de sus casas. Roma da aprobación a su Obra.

La muerte le sorprendió con las manos llenas de amor, pero vacías de entregar a los demás su vida hecha dulzura, milagro cotidiano de luz. A las tres menos veinte de la madrugada del día 2 de marzo de 1932 alzó el busto, levantó los brazos hacia el cielo, abrió los ojos, esbozó una dulce sonrisa, suspiró tres veces y se apagó para siempre. El día 28 de julio del anterior año había perdido el habla. Sus últimas palabras habían sido: “No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera……”

El Ayuntamiento republicano de Sevilla celebra sesión extraordinaria para dar carácter oficial a los elogios dé Sor Ángela. El alcalde pone a votación que se cambie el nombre de la calle Alcázares por Sor Ángela de la Cruz. El Papa Juan Pablo la beatificó en Sevilla el 5 de noviembre de 1982, proclamándola Santa el 4 de mayo de 2003. El Ayuntamiento de Sevilla ha rotulado de nuevo la calle que lleva su nombre por el de Santa Ángela de la Cruz

Las Hermanas de la Compañía de la Cruz

Congregación religiosa fundada en Sevilla el 2 de agosto de 1875 por Sor Ángela de la Cruz. Es de Derecho Pontificio, aprobada por San Pío X en 1904, y su nombre, según aparece en el registro de Congregaciones, reza así: “Hermanas de la Compañía de la Cruz de Sevilla”.


Cuando en 1925 se cumplieron los primeros cincuenta años de la fundación del Instituto Sor Ángela escribió en su “Carta de año” a las Hermanas cuál era su anhelo para este tiempo nuestro: “Y después de los cien años, la (persona) que vea una Hermana de la Cruz pueda decir: Se ve a las primeras, el mismo hábito exterior y el mismo interior; el mismo espíritu de abnegación, el mismo de sacrificio… Son las mismas, la providencia para los pobres; dan de comer al hambriento, visten al desnudo, buscan casa a los peregrinos, visitan a los enfermos, los limpian, los asean, los velan sacrificando su reposo.

Son todas para los pobres, mirándolos no sólo como hermanos, sino como señores, y los acompañan y están con ellos a su lado……

Alguna vez la opinión de personas sensatas que consideraban excesivo el clima de sacrificio característico de la Compañía de la Cruz hizo temer que el Instituto naufragara a corto plazo. Sor Ángela tranquilizó a las Hermanas: “Eso en vosotras está, si sois fieles al espíritu (la Compañía) durará hasta el fin de los tiempos”. Pero no les disimuló la seria advertencia de que, si fallaban, el Instituto “podrá desaparecer como la sal en el agua”. Insistía en la fidelidad: “Que cuando celebren el primer centenario, quienes hayan conocido a las presentes y vean a las de ese tiempo puedan decir: Son las mismas, y en las presentes de hoy vive en todo su rigor el espíritu de las primeras”.

Hermanas de la Cruz

Y así es. Las Hermanas de la Cruz, hijas de tan buena Madre, procuran ajustar en el tiempo presente sus pasos a las huellas que ella dejó.

En el capítulo primero de sus Constituciones, que fueron aprobadas también por San Pío X en 1908, se expresa que “El fin especial o distintivo de esta Congregación, es promover con la divina gracia la salvación de las almas entre los pobres, a quienes las Hermanas considerarán y amarán como a sus amos y señores. Por ganar sus almas aplicarán su vida apostólica a la visita diaria de enfermos necesitados a domicilio, asistiéndolos en sus necesidades espirituales y materiales. Y también, a la gratuita y cristiana educación de niñas pobres, en internados de huérfanas y en escuelas diurnas y nocturnas”. En otro lugar. “Y con el lenguaje mudo del ejemplo llevando una vida voluntariamente pobre y austera, en la realización de sus apostolados de caridad”.

Las Hermanas de la Compañía de la Cruz continúan la Obra de Madre Angelita

Reunió a gente joven. Las entusiasmó en la entrega al servicio de los humildes, haciéndose ellas pobres con los pobres. Las Hermanas de la Compañía de la Cruz así se llama su obra.

Atender a los enfermos abandonados y solos: acompañándolos en sus propias casas, velándolos, curándolos, visitándolos, llevándoles el consuelo de alguien que los quiere y se preocupa por ellos.

Ayudar a los pobres: orientándoles en sus problemas y acercándoles el consuelo de las virtudes cristianas. Ser en el mundo un testimonio de desprendimiento, de pobreza, de humildad, que llame un poco la atención entre tanto egoísmo, lujo y despilfarro.

Proteger y enseñar a la niñez abandonada: crearles un ambiente donde crezcan con alegría y esperanza.

Tarea urgente que ocupa a las Hermanas de la Cruz.

Las Hermanas de la Compañía de la Cruz continúan la Obra de Madre Angelita

Reunió a gente joven. Las entusiasmó en la entrega al servicio de los humildes, haciéndose ellas pobres con los pobres. Las Hermanas de la Compañía de la Cruz así se llama su obra.

Atender a los enfermos abandonados y solos: acompañándolos en sus propias casas, velándolos, curándolos, visitándolos, llevándoles el consuelo de alguien que los quiere y se preocupa por ellos.

Ayudar a los pobres: orientándoles en sus problemas y acercándoles el consuelo de las virtudes cristianas. Ser en el mundo un testimonio de desprendimiento, de pobreza, de humildad, que llame un poco la atención entre tanto egoísmo, lujo y despilfarro.

Proteger y enseñar a la niñez abandonada: crearles un ambiente donde crezcan con alegría y esperanza.

Tarea urgente que ocupa a las Hermanas de la Cruz.
Servir a los Pobres exige un buen temple de virtud

La vocación de caridad con los hermanos necesitados pide ser atrevidas.

Sobre todo pide:

a) Un seguimiento enamorado de Jesucristo y su evangelio. No se entiende la entrega de Sor Ángela sino por esto:

“Tú eres la vida de mi vida, el alma de mi alma, la alegría de mis alegrías, el gozo de mi gozo. Tú eres mi todo. Tú eres mi gloria”. (Escritos íntimos, p. 260)

b) Una constante renuncia al propio yo.

“Nuestro país es la cruz, en la cruz voluntariamente nos hemos establecido y fuera de la cruz somos forasteras” (Santa Ángela, Carta 19-2-1885)

c) Una vida de auténtica pobreza, que te deja libre de todo para entregarte a todos.

“La pobreza, llevada a su mayor perfección, pone al alma en una desnudez tan completa de lo terreno, que parece que no toca con los pies a la tierra”. (Santa Ángela, Carta anual 1916)
Para tareas grandes, Dios sigue llamando

La vocación – la llamada de Dios – nos busca por los caminos más normales de la vida.

Se sirve de nuestra experiencia, de los ejemplos que vemos, de los sucesos que presenciamos.

Cuando vemos tantos hermanos necesitados, sentimos la invitación de Dios:

“Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que estaban echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: SEGUIDME”. (Marcos 1,16-17)

Y es la hora de planteárselo con sinceridad y responder con valentía:

«Ellos dejaron inmediatamente las redes y lo siguieron»



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