sábado, 28 de abril de 2012

III Sábado de Pascua, Festividad de María Santísima, Madre del Buen Pastor.



Como es bien conocido por todos, la devoción a la Virgen bajo el título de Divina Pastora de las Almas tuvo su inicio el ocho de septiembre de 1703. Fue el capuchino andaluz fray Isidoro de Sevilla quien, en un rosario público, la presentó por primera vez en el mundo católico vestida de pastora, pintada en un estandarte. Fue él mismo quien le pidió al artista Miguel Alonso de Tovar la pintase así, para lo cual le dio todos los detalles que debieran contener esta pintura. Por consiguiente, querer arrebatar al referido fray Isidoro de Sevilla ser fundador e iniciador de esta devoción no sólo es una gran injusticia, sino que se comete también un enorme y grave error histórico. No entra dentro de este artículo defender ahora ese derecho de nuestro fray Isidoro de Sevilla.

Bien se sabe que todo atributo dado a la Virgen Santísima, para darle culto y venerarla bajo el mismo y que el pueblo de Dios pueda aceptarlo, necesariamente deberá ser aprobado por la autoridad eclesiástica competente. Fue por ello por lo que desde un principio, nuestro venerable capuchino quiso contar con estas debidas licencias y aprobación pertinente a este respecto. Es cierto que no logró verlo en vida concedido por la Santa Sede, pues fray Isidoro murió en 1750. Más tarde, en el año 1795, lo conseguiría su hermano en religión y entusiasta propagador de esta advocación, el beato fray Diego José de Cádiz. Sin embargo, en la medida que pudo, él quiso valerse de buenos intercesores para que a Roma llegase, al menos, el conocimiento de la existencia de esta iniciada devoción. Se vale para ello del capuchino cardenal Casini, a quien le escribe en varias ocasiones para que el Santo Padre la bendijera y le concediera el mayor número de indulgencias y privilegios necesarios en aquellos sus comienzos. Son dos bulas las logradas de Clemente XI (1700-1721) por el referido cardenal. Mediante las mismas, se concede sea altar privilegiado aquél en el que se venere la imagen de la Divina Pastora por una parte, y por otra, se le otorga todas las indulgencias y privilegios que suele conceder la Sede Apostólica a las principales Hermandades del mundo. De ello, lógicamente, podemos deducir que, si oficialmente el título dado a la Virgen de Divina Pastora como tal no quedaba aprobado por estas bulas, indirectamente sí se conseguía, ya que el Santo Padre entonces le daba sus bendiciones sin ninguna oposición manifiesta al mismo con todo, el sentir de los capuchinos de la segunda mitad del siglo XVIII era conseguir la aprobación canónica de este título. Se lo propone -no sabemos si por encargo de sus superiores o por propia iniciativa- el ya dicho fray Diego José de Cádiz, cabiéndole el honor de haberlo conseguido. No nos cabe duda alguna habría él recibido del padre Miguel de Zalamea, el continuador y responsable de esta devoción a la muerte de su fundador y confesor suyo durante el noviciado que hizo en el convento de Sevilla, el testigo para continuar la propagación de la devoción a la Divina Pastora. Y, ciertamente, no lo defraudó. Bien puede afirmarse de él que fue el mayor apóstol de esta devoción, pues la extendió por toda España.

En la forma que fuera, se encarga de confeccionar los textos propios litúrgicos para solicitar a Roma esta aprobación canónica. De este intento suyo para componer dichos textos de la fiesta litúrgica de la Divina Pastora, la primera noticia la encontramos en 1781, cuando, en carta a su confesor el padre González le comunica haberlo perfeccionado y sacado en limpio para enviarlo al padre provincial con el fin de que lo llevase a Roma al Capitulo General y solicitar de la Congregación su aprobación y uso en la Orden. Nada se sabe del resultado, ni siquiera si se presentó. Hasta 1785 no se tiene ninguna nueva noticia de este asunto. Y es precisamente por la carta que e] mismo fray Diego escribe al padre Eusebio de Sevilla, rogándole pida al maestro de novicios el oficio entero de la Divina Pastora que al parecer, se había comprometido a sacarlo en limpio valiéndose de los novicios. Le ruega se lo mande, dado que ya tenía quien se lo pudiera hacer. En carta posterior le avisa que ya le tiene en su poder, aunque no así la misa, que le pide la retenga en su poder por no hacerle falta.



 Grandes y celebradas misiones ocupan al beato en los años 1786 y 1787 por diversos lugares de España. Esto, ciertamente, le quitó tiempo para ocuparse de esos textos litúrgicos. Finalmente, pudo concluirlos en su lamentable retiro en el convento de Casares (1788-1791), adonde fue enviado para recuperarse en su quebrantada salud, conforme le comunicara el provincial, aunque tampoco pueden excluirse otros motivos no tan sanos. Con ellos preparados y decidido ya a presentarlos a la Curia romana para su aprobación, alguien le aconseja que, juntamente con el texto envíe también un documento postulatorio firmado por él, razonando los motivos de su postulación. Así lo hace, dirigiendo su súplica al papa Pío VI. Por otra parte, sabía muy bien el beato que para garantizar su postulación necesitaba soli-citar del rey de España, que lo era Carlos III, su directo y real apoyo. Con el fin de un mayor éxito en esta pretensión suya, quiso valerse del confesor del rey, fray Joaquín Eleta, quien tristemente en el ínterin murió, lo que le hace decir al beato que tiene para él "habérseme frustrado el empeño que pensaba hacerle para que consiguiese del rey, nuestro señor, que recomendase a Roma la aprobación y permiso para el uso del oficio de la Divina Pastora". A este triste suceso le sigue, a los pocos días, el diez de marzo de 1788, la muerte de Carlos III, devotísimo de la Divina Pastora y gran admirador de fray Diego. A pesar de todo, él no se arredra por estos sucesos adversos y continúa en su trabajo para intentar su consecución.

Beato Fray Diego José de Cádiz

Es su entusiasmo y amor por esta devoción lo que le empuja a seguir haciendo nuevas gestiones. Al conocer que en mayo de 1789 la Orden capuchina celebra un nuevo Capítulo General, se anima a enviar a Roma su petición y los textos para su aprobación. Con los vocales capitulares que de la Provincia debían asistir al mismo y tratar este asunto, a fin de que sean ellos quienes los tramiten para su logro ante la Santa Sede. Por razones que se desconocen, ellos no pudieron llevarse el expediente. Busca, no obstante, a quien pueda trasportarlo y entregar los mismos en Roma. Esto, por suerte, se lo facilita un sacerdote de Árdales y opta finalmente fray Diego por escribirle al nuevo confesor del rey con el fin de interesar a la familia real en este asunto. Sufre una gran decepción, que le produce gran tristeza, pues al no recibir respuesta alguna a este respecto, llega a convencerse que todo ya se había malogrado. Sin embargo, las noticias venidas de Roma son de que estaba próxima la aprobación de la fiesta de la Divina Pastora con su oficio y misa propios. Pero, y a pesar de todo, lo que, en principio, parecía ya fácil, en realidad resultó difícil, debiendo dormir el sueño de la prórroga.

Papa Pío VI

Del año 1793 se tiene un documento oficial en el que consta que se ha dado curso a la solicitud del beato a los reyes y que se ha visto por el gobierno de su majestad que ha ordenado se sigan los trámites ordinarios para esta clase de asuntos. Interviene ahora el célebre primer ministro Manuel Godoy, quien en el oficio puso la minuta siguiente: "Junio 18 de 93. - Pásese al señor inquisidor general para que diga su parecer en esta solicitud Al margen añadió este otro apartado: "Aranjuez 19 de junio de 93. -Al arzobispo inquisidor general, llustrísimo señor: remito a vuestra señoría ilustrísima la adjunta solicitud, instanciada por el padre capuchino fray Diego de Cádiz, para que sus majestades recomienden a su Santidad la pretensión que tiene pendiente en la Corte Romana de que se conceda el uso del oficio y misa en honor de la Virgen con el título de Pastora de las almas, a fin de informar lo que se le ofrezca sobre su contenido”

Sólo dos años después se hizo realidad, con el correspondiente regium exsequatur concedido. Así pues, el cardenal Archinto, prefecto de la Sagrada Congregación de ritos, en nombre del santo padre Pío VI, firmaba el 1 de agosto de 1795 el rescripto por el que quedaba aprobada esta devoción a la Divina Pastora, con sus propios textos correspondientes a la misa y oficio divino, determinándose, además, que los capuchinos españoles pudieran celebrar su fiesta, todos los años, en el II domingo de Pascua de Resurrección.
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Fray Mariano Ibáñez Velázquez OFM cap.


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