( 1750 - 2011 )
...En la Novena a la Pastora de este año el venerable padre Isidoro ya no pudo predicar, pues a sus muchos quebrantos le sobrevino una especie de hemiplegia, que le imposilitaba andar y hasta ponerse de pie. Pero no sentía molestias de la enfermedad, sino el verse privado de visitar y contemplar a su Pastora, que le atraía como fuerte imán.
Lloraba como un niño, clamando por verla. Entonces el padre guardián y los cofrades de Santa Marina, queriendo satisfacer sus ansias y mitigar tanto dolor, se procuraron una silla de manos y en ella fue conducido el venerable a la Iglesia sevillana de Santa Marina...
Dice el cronista Villegas que es imposible describir la escena que se produjo a la entrada del venerable al templo. Todos acudían a verle y a besar sus manos, sollozaban unos y lloraban otros, "y por doquier se oía el susurro de sus virtudes y santidad". El padre Isidoro - un esqueleto vestido de capuchino- sin más palabra que el llanto de sus ojos, permanecía extático, mirando a la sacrosanta imagen primitiva, con la cual él había logrado introducir una nueva devoción en el orbe cristiano. La misma escultura que todavía hoy felizmente contemplamos y que ha cumplido más de trescientos años de historia.
Efectivamente, en la tarde del 7 de Noviembre de 1750, mientras los religiosos cantaban las vísperas del Patrocinio, falleció el apóstol marianísimo.
Alegre y sonriente, sus últimas palabras fueron: ¡¡PADRE DIOS, PASTORA MÍA!!. Y como gran curiosidad, puede añadirse que ocurrió el mismo día en que la Virgen de la Servilleta, el famoso cuadro de Murillo, quedaba expuesta por primera vez a laveneración en el templo capuchino, trasladándola desde el refectorio donde antes se encontraba.
Trece horas después de su muerte, el cadaver se conservaba flexible, y sangrándolo, salió sangre fresca y rosada, lo cual se interpretó como extraordinario. A pesar de la copiosa lluvia que caía, el pueblo de Sevilla no dejaba de venir en avalanchas para honrar los restos del venerable y llevarse alguna reliquia. Despues de repartirse las flores que adornaban el ataud, fue preciso quitarle el hábito y hecho pedacitos, se distribuyeron para "sosegar el tumulto" de los fieles, quienes a porfía solicitaban un recuerdo del difunto al que creían santo.
Temerosa la comunidad capuchina, de que sobreviniese algún disturbio por exceso de la piedad de los visitantes, acordó inhumar el cadaver precipitadamente y casi en privado. Tanto fue así, que ni siquiera la Hermandad Primitiva pudo asistir al piadoso acto...
LA DIVINA PASTORA DE NUESTRA FAMILIA ATAVIADA PARA EL ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE FRAY ISIDORO
PASTORA MARÍA
LLENA DE LA GRACIA
SALVA A TUS OVEJAS
QUE TU AMPARO CLAMAN
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