domingo, 24 de febrero de 2013

El Rey San Fernando y los Sastres




Encontrábase el rey sitiando a Sevilla, habiendo emplazado su campamento en Tablada, desde donde se veían brillar a lo lejos las cuatro manzanas de oro que remataban la torre de la Giralda.

Más de una vez los moros habían intentado asaltar el campamento en ataques por sorpresa, estrellándose siempre contra la vigilante defensa de los cristianos. Pero a medida que la ciudad de Sevilla sentía más que el hambre dentro de sus muros, por el apretado cerco en que la tenía San Fernando, más pensaban los musulmanes en conseguir mediante algún ardid. Quebrantar la moral de sus sitiadores. Y por eso, sabiendo por sus espías, que el rey tenía hincado ante su tienda, día y noche, un estandarte de seda en el que se había bordado la imagen de la Virgen María, pensaron que si destruían aquel emblema religioso, los cristianos pensarían que su Dios les abandonaba, y tal vez levantarían el campo y abandonarían la campaña, a semejanza de lo que según cuentan las crónicas orientales y africanas, había ocurrido con el ejército de los cartagineses cuando un intrépido guerrero enemigo, deslizándose entre ellos les arrebató el “zaimph” o velo sagrado de la diosa Salambó., con que aterrorizados los cartagineses suspendieron sus guerras al versea abandonados por la divinidad.

Con objeto de llevar a cabo este propósito, organizaron los moros un plan militar en el que figuraban dos grupos de caballería, uno de los cuales atacaría el campamento, y el otro, oculto tras un cerro esperaría que las tropas cristianas estuviesen distraídas en un lado, para entrar por sorpresa por el lado opuesto, arrebatar el estandarte y llevárselo al interior de la ciudad. Así dispuestas las cosas, antes del amanecer salieron por un postigo de la muralla dos escuadrones, cuyos caballos llevaban los cascos envueltos en trapos para que no hicieran ruido, y de situaron tal como habían previsto a ambos lados del campamento cristiano sin ser advertido. Poco después del amanecer y cuando todavía la luz del alba no había cedido su turno a la dorada de la mañana, atacaron de repente por el lado del campo que daba hacia Triana, siendo descubiertos por los centinelas que dieron la voz de alarma, que era lo que ellos querían. Entretanto el otro grupo había dado la vuelta al campamento y se había situado en el lado que daba hacia el arroyo Tagarete en lo que hoy es la calle San Fernando, desde donde se lanzaron los jinetes en impetuosa carga para atacar el campamento por la parte más descuidada, a fin de arrebatar el estandarte.
Pero ocurrió que el rey, en aquellos momentos estaba oyendo la misa que cada mañana le decía en su tienda el obispo Don Remondo, capellán de su ejército y que había de ser prelado de Sevilla cuando se conquistase la ciudad. Y para que el rey no tuviera que interrumpir su devoción, tomó el mando el maestre de Santiago Don Pelay Correa, para rechazar a los asaltantes del primer punto de ataque. Tal como había previsto los moros, todas las fuerzas se situaron en la empalizada del campamento que miraba a Triana para rechazar a los jinetes del primer grupo, y entonces fue cuando atacaron los del segundo grupo, consiguiendo abrir una brecha en la empalizada, y se metieron dentro del campamento.

El Rey San Fernando, que estaba arrodillado, al sentir que llegaban los moros junto a su tienda, echó mano de la espada y salió plantándose ante el camino por donde los moros venían, y teniendo el primero a su alcance, desvió con el escudo la lanza del jinete, y le asestó la espada con tal fortuna que lo derribó del caballo, lo mismo hizo con el segundo, y mientras tanto salieron algunos caballeros a proteger al rey, con lo que los moros tuvieron que retirarse. Ya desde la empalizada, dispararon varias flechas contra el estandarte de la Virgen, en el cual, clavaron varías saetas, y después, satisfechos de su puntería, ya que no habían podido llevárselo, emprendieron la retirada antes de que San Fernando y los suyos pudieran montar a caballo y perseguirlos, refugiándose prontamente en la ciudad.

Mucho pesó a San Fernando que hubieran desgarrado a flechazos los mahometanos el estandarte de la Virgen, y con los ojos cuajados de lágrimas, pues era muy piadoso, recogió el estandarte de donde estaba plantado, y lo condujo a su tienda, donde lo mostró al obispo Don Remondo.

-Será menester remendarlo, porque bien parezca, dijo el obispo.
Y tras haberlo tenido en sus manos y haberlo besado con reverencia, el prelado lo devolvió al rey y fue a salir diciendo :
-que vengan a zurcirlo.
-No haréis tal cosa, señor capellán. No traigáis ningún alfayate, porque la Divina Señora bien merece que quien maneje la aguja para zurcir su estandarte sea el propio rey, y yo estaré muy orgulloso de cumplir tan humilde oficio en homenaje a tan Alta Señora.

Y terminado de decir esto, el rey se sentó en el borde de la cama da campaña y cogiendo una aguja y un hilo se puso a zurcir el estandarte mientras sus labios musitaban devotamente el rezo del Ave María.

Cuando supieron los sastres del campamento real la humilde labor de zurcido que el rey había hecho, festejaron con gran algazara el que hubiera participado siquiera una vez del oficio de ellos y acordaron entregarle la carta de examinado, y miembro auténtico del gremio de los alfayates o sastres.
Y pasado algún tiempo, después de que el rey conquistara Sevilla, les señaló para sus talleres y hospital gremial una calle que hasta hace poco tiempo se llamaba calle Alfayates, y que hoy se llama Rodríguez Zapata, que es un calle lateral de la calle Hernando Colón.

Asimismo se estableció la Hermandad del Gremio de los Sastres que tiene por patronos a San Mateo y San Homobono, más tarde añadidos con tutela de la Virgen de Los Reyes y el propio San Fernando al ser canonizado éste.
Hermandad gremial que todavía hoy en nuestros tiempos sigue existiendo, y tiene sus cultos en La Iglesia de San Idelfonso.

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